Dios, con su infinita sabiduría, tejió nuestros caminos hace varios años en un voluntariado lleno de sonrisas y narices rojas. Lo que comenzó como una amistad sincera, entre risas compartidas y conversaciones que no parecían tener fin, fue cultivando una complicidad única, un vínculo que, sin que lo supiéramos, nos preparaba para algo mucho más grande.

Los martes y sábados de café, esos momentos que creíamos perfectos, pronto se quedaron cortos. Descubrimos que no queríamos solo compartir tardes, sino toda una vida. Así, entre miradas cómplices y pequeños gestos que lo decían todo, decidimos que no había mejor historia que la que podríamos escribir juntos. Y aquí estamos, listos para comenzar el capítulo más hermoso: el nuestro.